
Yo estaba un poco ansioso y un poco aburrido. Asorado, también, con algunos objetos del lugar. Me acuerdo de ver un teléfono gigante, que usaba Lambetain en sus sketches. Soda Stereo estaba haciendo su número en el estudio, tal vez un tiempo después eso me hubiera despertado algo más de curiosidad, pero faltaban unos cuatro o cinco años para que yo conociera el rock, y la verdad que ver a toda esa gente frenética estirando los brazos, cantando, buscando tocar con la punta de sus dedos a esos sujetos de raros peinados nuevos, no era mucho de mi simpatía. En realidad, tampoco lo es al día de hoy.
La pisé, como decía, y mi viejo me dijo, Saludala a la señora, no sabés quién es? La miré, era una mujer algo mayor, con bastón y un dedo gordo, que seguramente ahora le dolía, asomando por la punta del zapato. Mentiría si dijera que era el izquierdo o el derecho. Eso ya no lo sé. La hubiera saludado más efusivamente, me hubiese gustado charlar un rato de algo. Pero claro, fueron la magia de sus canciones, los mundos imaginarios que se anidaban en mi cabeza y en mis juegos de infancia, fue su gesto de dolor, su mano en mi cabeza en un gesto de, No te preocupes, nene, estoy bien, fue todo eso y mi corta edad, lo que en ese momento me paralizó.
(1 de febrero de 1930 – 10 de enero de 2011)
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